Cuento para los pequeños artistas: ¿QUIEN PINTA EL MUNDO?


Ilustración de Cristina Estevas - Acuarela.
Ilustración de Cristina Estevas – Acuarela.

Este cuento lo he encontrado en un fantástico blog, «Martes de cuento«.  La acuarela para ilustrarlo es mía. ¡¡Espero que os guste!!

¿QUIEN PINTA MI MUNDO?

En el principio, cuando los antiguos dioses empezaron a inventarse la Tierra, y el mundo era oscuro y sin colores, he aquí que cuatro divinidades hermanas, hijas del Tiempo, llamadas Primavera, Verano, Otoño e Invierno, pensaron que sería fantástico dar color a las cosas.

Se pusieron manos a la obra y empezaron, las cuatro a la vez, a pintar todo lo que había a su alrededor, cada cual con su paleta.

Primavera era dulce y tierna y con sus suaves tonos pastel, pintaba florecillas silvestres multicolor aquí y allá, esparcidas en las verdes praderas y pajaritos rojos, lila y amarillos que piaban sobre perezosos árboles cargados de fruta. Cuando Primavera andaba, esparcía en el aire un dulce perfume a vainilla y con sus movimientos pausados, era como si flotara sobre las aguas.

Verano tenía un carácter alegre y ruidoso y enseguida hacía un montón de amigos. En su paleta abundaban los colores ardientes e intensos y tan pronto usaba el amarillo chillón para pintar la arena y el sol, como el azul claro y límpido para los cielos diurnos. Al moverse, desprendía olor a agua fresca, y era como si tras de sí arrastrará todos los mares, los ríos y las fuentes de la Tierra.

Otoño era, de las cuatro divinidades, la más melancólica, así que le encantaba poner un aire tristón a todo lo que pintaba. En su paleta solo había colores ocre, castaños y rojizos y para acordarse de que debía estar siempre triste, prendía entre su pelo las hojas que arrancaba de los árboles. Por eso, al caminar, desprendía un tenue olorcillo a moho que no era en absoluto desagradable. Su mejor amigo era el viento, que siempre remolineaba a su lado.

Invierno era taciturno y fue el único de los cuatro que no estuvo de acuerdo en que un mundo de colores sería mejor. Él prefería el blanco y el negro y esos eran los colores que ponía en su paleta. Aquellos que lo rodeaban, decían de él que era antipático y frío, pero los que se preocupaban por conocerlo a fondo, descubrían que podía ser fantástico. A él no le gustaba demasiado moverse, así que solía sentarse en un rincón, muy quieto, y observaba lo que hacían sus hermanos. Si en su quietud alguien lo molestaba en exceso, gritaba y se enfurruñaba y de su boca saltaban blancas gotitas de helada saliva que se esparcían por doquier, salpicándolo todo. A causa de su agrio carácter, no tenía muchas amistades.

Pasó el tiempo, y la convivencia entre los hermanos se fue haciendo cada vez más difícil. Llegaba Primavera y pintaba tiernas hojitas verdes sobre un árbol, cuando a Verano ya le faltaba tiempo para pintar abejas cerca, “Para dar más color y alegría” –decía riendo-. Invierno, molesto con el zumbido de las abejas y con las risas, pegaba uno de sus gritos y Otoño, sobresaltado, arrancaba las hojas y las prendía en su pelo.

Continuamente ocurría lo mismo.

Los animales y las plantas empezaron a murmurar y a quejarse de los cuatro hermanos. Era realmente incómodo tener que ir cambiando de ropa varias veces al día y preocuparse por lo que comerían o por lo que vestirían.

Los osos polares amanecían en un paisaje helado pintado por Invierno, a media mañana comían la miel que había esparcido Primavera, por la tarde los calentaba un sol de justicia pintado por Verano y por la noche, el viento que iba de la mano de Otoño, enredaba el pelo de sus abrigos blancos.

Las manzanas no sabían si ponerse la piel verde, roja o amarilla así que los manzanos optaron por especializarse, hablaron entre ellos y cada uno eligió un color y un nombre.

La situación empeoraba. La Tierra empezaba a estar ya harta de que sus colores combinaran tan mal y de no saber qué ropa ponerse, por lo que decidió convocar una reunión urgente, a la que asistieron los cuatro hermanos.

Las conversaciones duraron doce largos meses pero, ¡por fin!, después de tensas negociaciones, y algún que otro grito de Invierno, llegaron a un acuerdo: se separarían e irían a vivir a lugares distintos y cada tres meses se trasladarían para poder ir a visitar a los amigos que tenían en todos los lugares del planeta.

Allí donde estuvieran, vivirían solos y durante un trimestre serían los únicos encargados de pintar el mundo.

Invierno, a causa de su carácter adusto, consiguió que le asignaran una vivienda permanente tanto en el Polo Sur como en el Polo Norte y Verano, que tenía muchísimos amigos a los que no podía estar mucho tiempo sin ver, consiguió también casa en el ecuador terrestre y un par de apartamentos en desiertos y playas.

Desde entonces, las estaciones se suceden ordenadamente y solo coinciden con sus hermanos durante unos días, cuando recogen sus pinturas y hacen las maletas para irse a otro lugar.

La Tierra ha conseguido combinar perfectamente su vestuario según el hermano que la pinta y animales y plantas han regularizado sus ciclos.

Con su acuerdo, consiguieron dar al mundo colores tan preciosos que los artistas más afamados de todos los tiempos han consultado con ellos para conseguir plasmarlos, exactamente igual, en todas sus obras.

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