Miró realiza esta obra en el año 1925 recreando un elemento muy recurrente en su trayectoria: la naturaleza.
Una naturaleza que se altera, llegando a realizar una obra que conecta perfectamente con el público infantil ya que muchos de los elementos que la componen cobran vida, actuando de una manera inverosímil, fantástica, y divertida, en muchas ocasiones cercana al comic por las situaciones que se pueden contemplar.